François Beauvy
Président de la Societé des Amis de Philéas Lebesgue
Traducción del francés: Emilio Quintana
Capítulo II - "De una guerra mundial a otra" (213-219) del libro de F. Beauvy: Philéas Lebesgue et ses correspondants en France et dans le monde de 1890 a 1958.
La Primera Guerra Mundial marcó profundamente a las generaciones que la vivieron. La mayor parte de los que mantuvieron correspondencia con Philéas Lebesgue fueron mobilizados y combatieron, de George Duhamel a Emile Guillaumin, de Alphonse de Châteaubriant a Louis Pergaud, por citar solamente a algunos de los más conocidos. Los hubo que, como Pergaud, perdieron la vida en ella. La “Association des écrivains combattans” hizo una lista con 560 escritores “muertos por Francia” y grabó sus nombres en 1927 en el Panthéon.
Philéas Lebesgue, que no era lo bastante joven como para que lo mandaran al frente –tenía 45 años en 1914- permanece en su pueblo. Era el alcalde desde 1908 y, con este título, se encarga de todas las tareas reglamentarias en tiempo de guerra. Esta penosa experiencia le inspira dos libros: Le Char de Djaggernath y La Grande Pitié, que se publican tras el conflicto. Hemos encontrado dos cartas de Philéas Lebesgue, escritas a sus corresponsales durante este período, que muestran lo que siente. La primera (21 febrero 1915) lleva el membrete del Mercure de France y va dirigida a un colega italiano: “Se dice que los pueblos tienen el gobierno que merecen; en todo caso, uno se acostumbra a juzgarlos según los actos de sus gobernantes. La virtud alemana, en tal caso, se ha manifiestado mil veces más indigna que la famosa corrupción francesa. Pero, ¿qué importa? Creo que se puede decir ya (…) que el pueblo de Francia vale mucho más que sus gobernantes, y la batalla del Marne nos ha mostrado los profundos recursos morales que subsisten en nosotros. Ni yo mismo podía haberlo previsto”. Philéas Lebesgue se pone siempre del lado del pueblo: “Nuestra causa francesa, hoy más que ayer, representa la causa de los pueblos. Y nuestro pueblo no tiene otra ambición que la de vivir libre y pacífico. Para convencerse basta con leer las cartas de nuestros soldados”. La segunda carta de Philéas Lebesgue (2 enero 1916) se dirige a un desconocido: “Yo no soy en absoluto un civil cualquiera, perdone la inmodestia, en el sentido de que vivo muy poco en el ambiente de los periódicos o las conversaciones, y que interrogo a cada instante a la vida misma en lo que me puede ofrecer de más inmediato. Y como usted, ya no me siento seguro de nada y no tengo el valor de afirmar nada”. Constata: “El cerebro humano parece de naturaleza invariable, pero no hace falta rascar mucho la piel del hombre civilizado para hacer aflorar al hombre de las cavernas”. Sin embargo, mantiene la esperanza: “Por lo demás, maldito sea el que sienta el desgarro del supremo jirón de sus ilusiones. En cuanto a mí, que albergo a veces los más siniestros y descorazonadores pensamientos, siento la necesidad de tejer a cada instante la bandera de la Esperanza. ¿Cómo vivir sin ella?”.
Desde septiembre de 1914, Philéas Lebesgue mantiene correspondencia con numerosos “poilus”, muchos de ellos escritores y poetas. Entre los más asiduos, hay que citar a François Jaffrennou, pero también a Léon Balzagette, compañero en el Mercure de France y traductor de Leaves of Grass de Walt Whitman. Le escribe también con regularidad el novelista satírico y rebelde George David que, en sus escritos de posguerra, se refiere a lo que ha vivido como “la gran marranada” o “la sagrada marranada”. Pero la correspondencia más emotiva, tanto por su contenido como por la forma en que termina, es sin duda la que mantiene con el poeta Edmond Adam, que escribió poemas y un ensayo entre dos asaltos, en el fondo de la misma trinchera, antes de someterlos a Philéas Lebesgue, al que había tomado como modelo.
La primera carta de Edmond Adam, con el grado de aspirante, llega del frente el 3 de junio de 1917: “Me apresuro a darle las gracias de todo corazón por la crítica elogiosa que se ha dignado hacer de mi modesto soneto en alemán (…) Debo confesarle, para mi gran vergüenza, que mi pequeña vanidad se hincha desmesuradamente cuando leo con avidez sus complacientes líneas que me cubren de flores. La verdad es que no he estudiado más alemán que el necesario para pasar el bachillerato”. Los inicios prometedores de Edmond Adam son también reconocidos por el autor de Cyrano: “En francés tengo el crédito que me valieron en su día los elogios de Edmond Rostand, al que le mandé una balada”. La carta de Edmond Adam termina con una petición: “Me atrevo a pedirle que me examine un rondel recién nacido de estilo medieval. Pero sé demasiado bien lo molestos que son esos malditos poetas que quieren a toda costa que se lean sus versos”. Philéas Lebesgue no supo nunca decir que no. De modo que acepta. El 10 de junio siguiente, Edmond Adam escribe: “He sobrepasado la facultad que me concede su amabilidad: en vez de un rondel, le mando dos”. El 22 de junio, le agradece su “benévola crítica” y le habla de su proyecto de “acometer una renovación de la poesía dramática”. Precisa: “Le voy a revelar el secreto de mi descubrimiento, suplicándole que lo guarde celosamente (…) Quiero aportar al teatro una correspondencia más estrecha entre las ideas, los sentimientos y las situaciones, por una parte, y la expresión, por otra. Se trata de que el estilo siga todas las inflexiones del pensamiento, bien armoniosamente y a través de transiciones flexibles, bien bruscamente –en los golpes de teatro-, usando para ello todos los recursos de la expresión verbal; de los poemas de forma fija (para el adorno) a la prosa más ruda (para la brutalidad y las bellaquerías), pasando por el elegante verso libre para expresar los bellos sentimientos”.
Edmond Adam no escribe de nuevo hasta el 25 de diciembre de 1917. Explica: “En este momento estamos en Avignon por un período de 15 días trabajando en un puente sobre el Ródano y sufrimos mucho de frío y de viento. Volveremos a Versalles hacia el 7 de enero, para pasar los exámenes y, tras un breve permiso, habrá que volver al frente hacia nuevos e inclementes destinos. Este último mes en Versalles ha sido tan tormentoso para nosotros que me ha sido absolutamente imposible hacerle sitio a ningún pensamiento literario”. El 25 de julio siguiente, le agradece a Philéas Lebesgue sus cartas plenas “de ese ánimo literario que para los jóvenes supone un tónico tan potente!”. Añade: “Sí, siguiendo su consejo, procuraré publicar un libro de versos después de la guerra”. Al sentirse alentado, perservera: “Estos días trabajo ardientemente en el plan de una obra de teatro para la que que me he inspirado en un hecho real: una dama había recibido oficialmente a través de varias fuentes, al principio de la guerra, la noticia de la muerte heróica de su marido, del que tenía un hijo. A instancias de sus padres, unos meses después, se casa con un buen hombre del que se ha enamorado, sobre todo después de quedarse embarazada. Unos días más tarde, le anuncian que su marido vuelve desde Alemania, gravemente herido”. Por lo demás, Edmond Adam adjunta un breve ensayo para el que desea conocer la opinión de Philéas Lebesgue. El 15 de agosto de 1917, estando de permiso, escribe: “He aprovechado el tiempo libre para trabajar (…) la técnica del verso libre. Con este objeto, he leído con avidez su Au delà des grammaires (en particular el capítulo dedicado a las leyes orgánicas del verso) y las Notes sur la Technique poétique de Vildrac y Duhamel”. Ha leído también pasajes del Cloître y de Hélène de Sparte de Verhaeren, y saca esta conclusión: “Este verso libre me parece bien poco, porque atiende todavía a demasiadas directivas, y el verso libre con el que yo sueño (…) no tendría más que una guía: la Harmonía, cuyo instrumento de medida es el oído. Me he convertido en un libertario”. Ha empezado su obra de teatro, “que podría llevar por título L´Insoluble” y de la que dice: “Tengo ya esbozadas algunas escenas. Someto a su juicio una de ellas”. Esta escena, redactada según la interesante técnica que ha elaborado, es reveladora de la desesperación de Edmond Adam, al final de la carta, informa: “Salgo para las trincheras pasado mañana”. En sus primeras líneas encontramos estas palabras: “Muerto en esta guerra infame – concurso de muertes, de asesinatos…”, y estos versos:
¿Cómo?
¿Ha muerto por la Humanidad?
¡Una humanidad en la que se degüella!
¿Ha muerto por la Libertad?
¡Una libertad que obliga a las buenas gentes a matar!
El 28 de agosto de 1917 escribe: “!Que gran bienestar me han proporcionado sus dos cartas tan cordiales, tan benevolentes! Me hacen sentir querido, cosa rara en este mundo, y –cosa más rara aún- me hacen sentir comprendido”. Felicita a Philéas Lebesgue por su obra, le habla de lo preciosos que le son sus consejos, y añade: “Le quiero como un hijo, pues usted me ha adoptado en un momento de cambio en mi evolución literaria (…) Me he sentido dulcemente conducido, bajo el dulce calor de sus elogios y sus votos, al gusto nuevo del verso dinámico que aún ignoraba totalmente hace algunas semanas. He comprendido, he sentido y soy un adepto ferviente, hijo de usted en Letras”. Edmond Adam añade: “Sueño con innovaciones audaces. Esta noche, durante unos minutos, toda mi profesión de fe poética ha cruzado mi cerebro; y no he podido evitar tomar al vuelo nota de algunas ideas que podrían constituir una poética. Mi poética, bajo el título de Le Néostiche et le verbe intégral”.
En adelante, Edmond Adam, a pesar de las alertas y los terribles combates, desde el fondo de la trinchera, va a elaborar su ensayo y a escribir sin pausa poemas y breves piezas teatrales contra la guerra, una guerra que hace con gran sentido del deber, pero a su pesar. Todo lo que piensa y escribe, se lo confía a Philéas Lebesgue, al que previene así el 31 de agosto de 1917: “En unas horas voy a trocar la pluma por la espada, interrumpiendo mis queridos pensamientos. Si no volviera, este artículo –que, por lo demás, es el hijo de este discípulo suyo- será de su absoluta propiedad. Pero espero que…”. El 2 de septiembre, 24 horas antes del asalto previsto, le envía un plan de su ensayo, siete páginas, que acaba con una glorificación de la poesía contra “los que se aprovechan” de la guerra y prosperan “en las tierras de los explotados”. Y el 4 de septiembre escribe: “Me he salvado. Ayer por la noche hicimos una incursión enorme (…) Hemos tomado más de 80 prisioneros y muchas metralletas. Mi sección ha hecho saltar por los aires tres refugios y dos observatorios de los boches. Yo he cargado, revólver en mano, en primera línea de asalto junto a los granaderos de élite de la División. Teníamos que recorrer 700 metros bajo la metralla. Todo ha ido bien, con pocas pérdidas por nuestra parte. Estoy contento”. El 14 de septiembre le hace llegar fotos tomadas antes y durante la batalla, con un poema titulado “Les deux Frances” (sic) en el que fustiga al emboscado, “ce cynique, à morgue empanachée”.
El 10 de noviembre siguiente, le envía el esquema de un drama que acaba de escribir, Viviré, un título que revela sus esperanzas y temores. Ha podido estudiar el libro de Robert de Souza sobre Le Rythme en français, del que ha “sacado cosas verdaderamente maravillosas”, y ha “leído también artículos de André Spire publicados en 1912 y 1914 en el Mercure de France y en L´Effort libre”. Tras algunos meses en la “École des éleves officiers” de Versalles, se le nombra subteniente y manda una carta (27 enero 1918) desde La Roche-sur-Yon, donde está de permiso “antes de salir de nuevo para el frente”. El 13 de marzo le responde a Philéas Lebesgue: “Me pide usted que le hable de mis proyectos literarios. ¡Uf! Son inmensos, y no debo olvidar que, tras la guerra, dispondré todavía de menos tiempo que ahora, pues tendré que trabajar para vivir, y soy técnico de Caminos y Puentes, funcionario!!!”.
Sigue trabajando en su “manifiesto literario”, que le manda a Philéas Lebesgue el 2 de mayo de 1918. El 10 de mayo le contesta con una carta de agradecimiento: “Le estoy infinitamente reconocido por las justas indicaciones que me hace a propósito de mi ensayo sobre el Verbe intégral”. Philéas Lebesgue le ha propuesto la posibilidad de publicar el manifiesto en el Mercure de France, a lo que Edmond Adam responde: “En cuanto al Mercure de France, si bien la perspectiva que pone ante mis ojos es tentadora, preferiría renunciar a priori antes que tener que adoptar una forma objetiva y didáctica, que sería opuesta al espíritu y al objeto de mis investigaciones, esencialmente subjetivo y libertario. Y sin embargo, siento un vivo deseo de publicar este opúsculo, que me parece que ha de estimular a los espíritus creativos”. El 16 de junio siguiente, se encuentra en un sector “en plena agitación de alerta” y escribe: “Vivimos horas febriles. Sin embargo, al albur de los acontecimientos, he podido sacar tiempo por la noche para elaborar un apéndice ingenioso a mi ensayo sobre la “Néostiche”, en el que justifico mis reivindicaciones con citas de Boileau (¡el mismo!), Ronsard, La Fontaine, Verhareren, etc…”. El 22 de junio le manda el trabajo: “Con ésta le envío los apéndices que, siguiendo su buen criterio, he resuelto añadir a mi ensayo sobre el “verbe intégral”. ¿Sería abusar demasiado de su extrema bondad, si le pido que me indique aquello que a usted le parezca reprensible?. El 2 de julio vuelve a enviarle nuevos poemas y le pide “un insigne favor”: “¿Me atreveré? … En fin, un prefacio para la “néostiche” y el permiso para dedicarle este humilde ensayo. ¿Abuso de su benevolencia?”. Philéas Lebesgue acepta escribir un prefacio para su ensayo. El 10 de julio le declara: “Mi dedicatoria es un acto de profunda gratitud por todo lo que le he tomado prestado, por todas las fecundas ideas que usted ha hecho germinar en mi espíritu, por toda la benevolencia y los preciosos consejos que usted me ha prodigado”. Pero alberga temores ante un futuro inmediato: “Vivimos hoy en día en una atmósfera tan cargada de tormentas listas para desencadenarse, que he creído más prudente enviarle la copia de mi obra sobre el “verbe intégral” a Maurice Wullens”.
Los acontecimientos se precipitan. El 23 de julio de 1918 escribe: “Vengo de pasar una semana terrible, con la misión de defender un pueblo y de morir allí mismo antes que ceder una pulgada de terreno. Hemos parado otra vez la avalancha, consiguiendo una rutilante victoria sobre el enemigo. Nuestras pérdidas son sensibles. Un cuarto de los hombres de mi C(ompañ)ía faltan a la hora de formar. Pero los que quedan tienen el alma entusiasta y ardiente de los vencedores”. En post-scriptum, Edmond Adam pregunta: “¿Ha visto usted cómo ha mutilado la Censura mis últimos poemas?”. El 25 de julio, declara: “Me gustaría que los lectores de la “Néostiche” pudieran, a través de la forma un poco nebulosa que conscientemente he adopado, extraer las ideas principales del ensayo, y que se vieran provechosamente emocionados”. El 5 de agosto, habla de su fatiga: “Estamos tan agotados mentalmente por el trabajo que tenemos que hacer, así como por el acoso de la artillería enemiga, que un día nos vamos a volver locos (…) Ya no tenemos descanso, ay. Después de 6 días de “farniente”, hemos vuelto al país de las angustias y los sufrimientos”. Por gusto, y puede que también para evitar la censura, Edmond Adam publica, en la revista de Wullens, lo que llama “poemas posmedievales”. Añade: “Al malvado censor le he dedicado un irónico Rondeau publicado en el nr. 3 de Humbles, pero el imbécil me lo ha censurado también creyendo servir a su Patria con la destrucción de 3 versos que no eran de su gusto personal. Son estos:
… Or, si ces piés icy me veult faucher
Les luy mettray où ne fault que je die
Ou mien Censeur!
Esta carta será la última. Diecisiete días más tarde, el 22 de agosto de 1918, un correo de su amigo y camarada de combate Marcel Lebarbier, que Edmond Adam cita a menudo en sus cartas, nos hace comprender que lo han herido gravemente: “El estado de salud de nuestro amigo Edmond Adam ha empeorado esta noche. Por la mañana el médico ha considerado que estaba agonizando. Durante el día su estado ha permanecido estacionario. No se ha perdido aún toda esperanza. ¡Ah, si pudiera salir de ésta! En ningún momento ha recobrado la conciencia”. Pero el 28 de agosto, Lebarbier envía una nueva carta: “!Ya está, se acabó! Nuestro amigo se ha extinguido hace dos días. No le he podido escribir antes. Perdóneme… Mi corazón está de duelo. Le escribiré más tranquilamente en cuanto tenga un momento”.
Le Néostiche et le verbe intégral, la obra a la que Edmond Adam consagró lo esencial de sus fuerzas morales durante el último año de su vida, en un entorno hostil, se publicará cuatro meses después de su muerte, en enero de 1919, en un número especial de Humbles, con prefacio de Philéas Lebesgue.