En los campos de Flandes

    La escena era muy dramática, y no creo que vuelva a ser testigo de otra igual en un campo de batalla.

    Un soldado de la B Company, 2nd East Lancashire Regiment, en una carta a casa a finales de 1914

    En un país progresista el cambio es constante; la cuestión no radica en saber si uno debe resistirse al cambio, que es inevitable, sino si el cambio debe hacerse de acuerdo con los hábitos, las costumbres, las leyes y las tradiciones de la gente, o se debe hacer de acuerdo con principios abstractos y doctrinas arbitrarias y generales.

    Benjamin Disraeli

    Todo juego tiene un significado

    J. Huizinga

Un rincón de un país extranjero

Cuando Mrs. Packer de Broadclyst en Devon recibió una carta de su marido en los últimos días de diciembre de 1914, probablemente no quiso creer en principio su contenido. Ella sabía que él estaba en alguna parte del frente -no estaba segura de dónde porque el censor militar prohibía este tipo de detalles en las cartas- y no tenía ninguna duda de que se estaba batiendo valientemente por el Rey y la nación. Tenía la esperanza de que al emnso el día de Navidad lo hubiera podido pasar en billets en vez de en la línea del frente, pero cuando empezó a leer la carta entendió inmediatamente que sus deseos no se habían cumplido.

Lo cierto es que su marido había pasado la Navidad en el frente -como miembro de Una Compañía, IST Batallón, Devonshire Regiment-, estacionado cerca de Wulverghem, al sur de Ypres, en Flandes. Pero se había pasado la mayor parte del día fuera de la línea de fuego. Había sido una Navidad increíble! En lugar de combatir con los alemanes, el cabo Packer, junto con otros cientos de compañeros de regimiento, brigada y división, de aquel sector, y junto con otros miles de soldados a lo largo de todo el frente británico en flandes, se habían aventurado a entrar en la tierra de nadie que separaba las trincheras para encontrase y congraternizar con el enemigo. Los alemanes habían hecho acto de presencia en igual número.

Packer contaba, en su relato de esos días sorprendentes, cómo había recibido toda una lluvia de regalos a cambio de un poco de tabaco: chocolate, bizcochos, puros, cigarrillos, un par de guantes, un reloj de cadena, incluso una brocha de afeitar. Un botín extraordinario! La proporción entre lo dado y lo recibido habría hecho enrojecer a un niño, pero Packer estaba exultante con la experiencia, lo mismo que sus compatriotas. «Ya ves», le contaba a su jujer quitándole importancia al hecho, «he tenido un buen regalo de Navidad y me he podido pasear durante algunas horas con total seguridad». Mrs. Packer estaba tan sorprendida con la carta que la mandó de inmediato al periódico local, el Western Times de Exeter, que la publicó el día de Año Nuevo (1).

El fusilero G. A. Farmer, cuyo 2nd Queen´s Westminster Rifles ocupaba una posición más avanzada en el frente aquel día de Navidad, incluyó en su carta a casa un comentario todavía más exaltado y elocuente: «Fue uno de los momentos navideños más maravillosos que he vivido nunca». Su familia se debió quedar estupefacta. Al fin y al cabo, estaban en una guerra. Farmer continuaba:

Los hombres de ambos bandos estaban imbuídos del verdadero espíritu de la época del año, y de común acuerdo cesaron el fuego y adoptaron un punto de vista diferente y más brillante de la vida, de modo que lo pasamos con la misma tranquilidad que vosotros en la buena y vieja Inglaterra. (2)

Para la imaginativa y extremadamente literaria mente de Edward Hulse del 2nd Scots Guards, que estaba en una posición más al sur en relación con Farmer, los acontecimientos en su sector fueron «absolutamente increíbles, y si los hubiera visto en una película cinematográfica hubiera jurado que eran mentira!» (3). Gustav Riebensahm, que estaba al mando de un regimiento de Westfalia, situado enfrente de donde estaban algunos de los Scots Guards de Hulse, tuvo las mismas impresiones. Luchando en contra de un impulso que lo llevaba a no creer en lo que había visto con sus propios ojos, anota en su diario el día de Navidad: «Era necesario mirar una y otra vez a lo que estaba pasando, ya que todo iba en contra de lo que había ocurrido antes» (4). Expresiones de fascinación, espanto y excitación se encuentran en casi todos los relatos que cuentan esta fraternización navideña.

«Nunca olvidaré lo que he visto en todos los días de mi vida», escribió Josef Wenzl del 16th Reserve Infantry Regiment.

«El día de Navidad quedará grabado en el recuerdo de muchos soldados británicos que estaban en las trincheras como uno de los momentos más extraordinarios de sus vidas», insistía un oficial de los Gordon Highlanders (6).

«Estos días se han convertido en los más extraordianrios de todo el tiempo que llevamos aquí, si no de toda mi vida», reflexionaba el soldado Oswald Tilley de la London Rifle Brigade (7).

La tregua de Navidad de 1914, con sus historias de camaradería y calor humano entre enemigos supuestamente a muerte en una tierra de nadie llena de agujeros de cráteres, en ese trozo de tierra que quedaba entre las dos líneas de trincheras opuestas cuyo mismo nombre parecía prohibir que tuviera lugar semejante intercambio, es uno de los capítulos destacables de la historia de la Primera Guerra Mundial, de todas las guerras, de hecho. Aunque la confraternización tuvo mayor incidencia a lo largo del frente germano-británico, lo cierto es que se dieron numerosas situaciones semejantes entre franceses y alemanes, rusos y alemanes, y austríacos y rusos. La tregua de Navidad de 1914 revela mucho de los valores y prioridades sociales que tenían los ejércitos enemigos y, por extensión, las naciones a las que representaban. El hecho de que esta masiva confraternización no se repitiera durante el resto del conflicto sugiere, además, que no fueron los «cañones de agosto» los que despedazaron el viejo mundo, sino los acontecimientos subsiguientes. El «garden party» eduardiano no termina de golpe el 4 de agosto de 1914, como se ha dicho (8). W. A. Quinton, del 1st Bedfordshires, escribe una década después de terminado el conflicto:

Los hombres que se nos iban incorporando se inclinaban por no creernos cuando les contábamos cosas sobre el acontecimiento, algo que no debe extrañar, porque, a medida que los meses pasaban, se nos hacía difícil creerlo incluso a nosotros mismos, los que de hecho estuvimos allí, a pesar de que conserbábamos con nitidez en la memoria el más mínimo de los detalles.

R. G. Garrod, del 20st Hussars, fue uno de los que se negó obstinadamente a admitir que la confraternización hubeira tenido lugar. En sus memorias escribió que no había conocido a ningún soldado que hubiera salido de las trincheras para confraternizar con el enemigo en la tierra de nadie el día de Navidad de 1914. Su conclusión era que la tregua de Navidad no había sido más que un mito (10), como el de los ángeles que supuestamente habrían ayudado a las tropas británicas en su retirada de Mons en agosto de 1914.

En realidad, tanto la incredulidad de Garrot como las expresiones de sorpresa ante la tregua están relacionadas. Para muchos, la tregua, especialmente debido a sus dimensiones, fue una sorpresa. No porque una tregua en plena guerra fuera algo inusual -al contrario, eran normales- sino porque la lucha había sido enormemente dura e intensa en los cinco primeros meses de guerra, y había causado una tasa muy alta de bajas. Además, desde el principio la propaganda jugó un papel muy importante en la guerra, y la campaña anglo-francesa para retratar a los alemanes como bárbaros más allá de cualquier límite, incapaces de cualquier común emoción humana como la compasión o la amistad, ya había surtido efecto antes de Navidad. Igualmente, los intentos de varias instancias, entre las que estaban el Vaticano y el Senado de los EEUU, para hacer de intermediarios y acordar un alto el fuego en las fechas navideñas, habían sido rechazados por los beligerantes. De modo que la mayoría de los combatientes que habían sobrevivido a los primeros cinco sombríos meses, y, lo más importante, los que se habían incorporado al frente recientemente -que eran mayoría-, imbuídos ya con ciertas ideas sobre el enemigo, tenían buenas razones para pensar que no se trataba de una guerra convencional y que el mundo estaba de hecho en un proceso de transformación mediante el conflicto. Pero lo que la tregua reveló, debido a su naturaleza espontánea y no oficial, fue que ciertas actitudes y valores no se habían perdido del todo. A pesar de la matanza de los primeros meses, fueron los acontecimientos bélicos subsiguientes los que empezaron a alterar profundamente dichos valores, condensando y difundiendo en Occidente la tendencia al narcisismo y a la fantasía, que caracterizaban a la vanguardia y a amplios segmentos de la población alemana antes de la guerra.

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