Emilio Quintana Pareja
Estocolmo, Suecia
René Pichon (1869–1923)
Entre todos los campos de la actividad intelectual, uno de aquellos en los que el espíritu alemán se ha aplicado con más ardor y obstinación, uno de aquellos también en los que ha ejercido una influencia más profunda hasta nosotros, es sin duda el de los estudios relativos a la antigüedad greco-romana. Filólogos, arqueólogos, historiadores, juristas, todos nuestros estudiosos, durante más de medio siglo, han sido en este campo los afluentes de los maestros del otro lado del Rin: unos han aceptado su autoridad con dichosa devoción, otros la han resentido, pero no apenas hay quien no lo haya padecido. Ahora bien, que esta erudición alemana tan respetada tuvo sus méritos y prestó servicios, que fue laboriosa, paciente, a menudo ingeniosa, a veces nueva y fructífera, no se trata aquí de negarlo; pero que ha conservado, entre muchas cualidades, su impronta o su defecto original, que ha permanecido «alemán» en el sentido más estricto de la palabra, es lo que quizás se ha olvidado con demasiada frecuencia, y lo que nos gustaría mostrar con un ejemplo. Para ello, dejando de lado a estudiosos de fecha reciente y de menor talla, nos remontaremos a uno de los maestros de coro más indiscutibles, al autor de la Historia romana, el propio Theodore Mommsen; trataremos de mostrar en lo que representa, en lo que, sin duda, también contribuyó a formar esta mentalidad germánica moderna que hemos llegado a conocer demasiado bien.