Emilio Quintana
Estocolmo, Suecia
Uno de los momentos cruciales en la vida de J. R. R. Tolkien (1892-1973) fue su participación en la batalla del Somme, una de las mayores carnicerías de todos los tiempos, que se desarrolló sistemáticamente entre el 1 de julio y el 18 de noviembre de 1916 en los campos picardos, entre Arras y Albert. Resultado: 1.300.000 víctimas para un avance de 9,7 kilómetros a lo largo de 30 kilómetros de frente.
La batalla del Somme fue “la gran desilusión” de guerra de los ingleses, si se me permite parafrasear el título de la película de Jean Renoir. En aquella locura se dejó la vida una generación de jóvenes (“the Lost Generation”), un ejército compuesto enteramente por voluntarios idealistas de primera hora. Después del Somme, se tuvo que imponer el reclutamiento obligatorio. Esto tiene su importancia, porque en los campos de Arras cayó lo mejor de la juventud inglesa, grupos de amigos que iban a la guerra con el espíritu fraterno de las falanges griegas, compañeros de trabajo unidos por el patriotismo y la camaradería de gremio, estudiantes universitarios que jugaban juntos en el equipo deportivo del colegio. Muchos los vieron avanzar hacia las trincheras enemigas, pasándose las granadas como si fueran balones de rugby.
Era el ejército de Lord Kitchener, que fue minuciosamente abatido por las ametralladoras alemanas. Las víctimas inglesas del primer día de batalla fueron 57.000 (más de 19.000 muertos), cifra que nunca ha sido superada en un único día de guerra.
El joven Tolkien fue testigo de la masacre, desde su puesto de señalador en el 11 Batallón de Fusileros de Lancashire, una unidad compuesta por gente con oficios: zapateros, toneleros, carpinteros, obreros de varia condición venidos de la Inglaterra más robusta, gente humilde, trabajadora y honesta. La misma gente que encontró el poeta nicaragüense Salomón de la Selva cuando quiso entrar en el ejército. Es el poema “Vergüenza”:
-
Este era zapatero,
este hacía barriles,
y aquel servía de mozo
en un hotel de puerto…
Todos han dicho lo que eran
antes de ser soldados;
y yo, ¿yo qué sería
que ya no lo recuerdo?
¿Poeta? No. ¡Decirlo
me daría vergüenza!
Hay un libro de John Garth que sostiene que la experiencia del Somme está en la base de la creación de la Tierra Media (usa los mapas de la batalla), esos campos de trigo machacados por una artillería apocalíptica. La saga de Tolkien no nace en 1937, como se suele decir, sino en los textos que escribió durante la Gran Guerra, a partir de “The Voyage of Éarendel the Evening Star” (1914). Esto ya lo supo ver C. S. Lewis, en su artículo de 1955, ya que, al fin y al cabo, Lewis también estuvo allí. Siegfried Sassoon, viendo volver del frente del Somme a las columnas de soldados exhaustos, como si fueran un “an army of ghosts” (“un ejército de fantasmas”) reclamaba en una carta la necesidad de un poeta que cantara la épica de esta visión. La obra de Tolkien fue la respuesta a esas palabras:
It was as though I had seen the War as it might be envisioned by the mind of some epic poet a hundred years hence.
Garth tuvo acceso a los papeles de Tolkien sobre la Gran Guerra, y ha establecido una relación entre estos soldados y los hobbits, gente normal que se vio puesta a prueba “in a hole in the ground”, comportándose con un heroísmo cotidiano. Hobbits que un día de julio se habían lanzado al combate en las tierras del Somme.
Tolkien sobrevivió. Una fiebre de trinchera (causada por una bacteria de nombre “Rickettsia quintana”) lo mandó al hospital. Los amigos de Oxford con los que se alistó, “the immortals”, los camaradas con los que jugaba al rugby y discutía sobre el inglés de Chaucer, no corrieron la misma suerte. Leemos en el prefacio a la segunda edición de The Lords of the Rings:
By 1918, all but one of my close friends were dead.