Emilio G. Romero
Escritor
En el nr. 10 de Hallali. Revista de estudios culturales sobre la Gran Guerra y el mundo hispánico (2013) vamos a publicar cuatro artículos de Emilio G. Romero sobre El cine durante la Gran Guerra. Forman parte del capítulo 13 de su libro, reseñado en estas páginas, La Primera Guerra Mundial y el cine. El refugio de los canallas (Madrid, T&B Editores, 2013).
Fotograma de Charlot en Shoulder Arms (1918)
En Estados Unidos la industria del cine se mantiene en un primer momento a la expectativa de la guerra con cintas como Be neutral (Francis Ford, 1914). Como las principales productoras tienen intereses comerciales en los dos bandos, dan órdenes de filmar con precaución. Sin embargo, a partir del hundimiento del Lusitania el 7 de mayo de 1915, el discurso de muchos proyectos cinematográficos acentúa su intencionalidad. El clarín de paz (Stuart Balckton, 1915) en la que se representa una invasión del país, o La cruz de la humanidad (Ince/Barker/West, 1916) filmada en apoyo de la campaña presidencial del neutral Wilson, son algunos ejemplos de ambas corrientes aunque se van imponiendo los intervencionistas conforme crecen los compromisos económicos con los aliados.
El cine pacifista (1916)
La vorágine belicista que va devorando a los cineastas estadounidenses encuentra dos excepciones en Civilización (Thomas H. Ince), y Novias de guerra (Herbert Brenon), ambas de 1916. La primera es una cinta pacifista que incluso recoge una secuencia muy parecida a lo que debió ocurrir cuando el submarino alemán avistó el Lusitana antes de hundirlo. Pero en este caso, el comandante del barco reacciona y se niega a matar inocentes. El director filma esta fábula sin tanta candidez como aparenta pues el monarca de ese país imaginario que no está muy lejos de Alemania, provoca una guerra que afecta principalmente a los más humildes. Aunque acaba regenerándose por intervención divina reconociendo su culpa, lo que acentúa su marcado mensaje cristiano conciliador, no deja de
responsabilizar al Káiser de lo que está pasando en Europa.
La segunda es una película en la que Brenon da el protagonismo a las mujeres a través del personaje de Joan. Tras perder a su marido en una guerra estando embarazada, recibe en su pueblo la visita del rey ante el que protesta liderando una manifestación de viudas. No quieren perder más seres queridos en la guerra y, sobre todo, no piensan consentir que las nuevas generaciones sirvan de carne de cañón para rivalidades de otros.
El cine belicista (1917)
Sin embargo, a partir de abril de 1917 la suerte está echada y triunfará la corriente belicista cuando el país entra en guerra. Se crea la División de Cine del Comité de Información Pública con un claro fin propagandístico en los noticiarios y la ficción. La actriz y bailarina Irene Castle protagonizará dos películas que ejemplifican ese giro propagandístico en 1917: Silvia en el servicio secreto (George Fitzmaurice) relata los avatares de una agente americana que combate a unos espías alemanes infiltrados en Nueva York para hacer sabotajes. Por su parte, Patria (Jaques Jaccard, Leopold y Theodore Whartom, 1917) consta de diez episodios cortos que cuentan la historia de Patria Channing, nombre nada casual, defendiendo los valores de la civilizada mujer americana frente a los pérfidos agresores japoneses y mejicanos que han invadido California:
En la vida real, la actriz se unirá a una unidad militar femenina mientras su marido y pareja de baile, Vernon Castle –fueron los padres del baile de salón moderno-, murió en un accidente aéreo durante unos vuelos de instrucción militar poco antes del final de la guerra. Los filmes rodados en esta coyuntura presentan al enemigo alemán con trazo grueso, capaz de todas las barbaridades imaginables. Hoy en día esos enormes bigotes, esa tendencia a la obesidad deformante o el gesto agresivo cargado de intención criminal, resultan grotescos pero generaban verdadero odio en las sencillas gentes del gran público de 1917.
Corazones del mundo (1918)
Ya en el último año de guerra en películas como El Káiser, la bestia de Berlín (Rupert Julian,1918), El final del Káiser (Jack Harvey, 1918), o La sombra del Káiser (Roy William Neill, 1918) los alemanes, con su emperador a la cabeza, han pasado a ser definitivamente unos salvajes de cara siniestra capaces de cualquier atrocidad con mujeres, niños o animales.
Pero, sin duda, por su calidad es Corazones del mundo (David, W. Griffith, 1918) el gran ejemplo de ese cine de propaganda que se puso en marcha para respaldar la intervención. Según Shlomo Sand (83) fueron dos millonarios ingleses –uno de ellos lord Beaverbrook, poco después ministro de información británico-, los que encargaron a Griffith una película evocadora de la necesidad de intervenir en la guerra, pero al entrar Estados Unidos en el conflicto pocos meses después, se convirtió en un film justificativo de dicha decisión. Cuando Griffith visita el frente a mediados de 1917 buscando material para la película, se siente decepcionado por la falta de espectacularidad y emoción en unas trincheras llenas de suciedad y vacías de heroísmo. Entonces, consideró necesario retocar aquel entorno vacío de elementos melodramáticos antes de que su película llegara a los espectadores. Esa sucia guerra necesitaba de un proceso estético que le llevó a mezclar el material rodado en el frente occidental con las reconstrucciones filmadas en retaguardia o en Los Ángeles. Como ya se ha reseñado, Edmon Roch ha escrito muy certeramente (20):
Allí donde la guerra solo ofrecía muerte y barro, él urdió una historia de amor y reveló a héroes y villanos; al proyectarla en las pantallas, el sinsentido que había experimentado en las trincheras devino un mundo lógico y veraz
Más allá de otros intentos previos no tan conseguidos, el cine bélico había nacido. Con intencionalidad se presenta a los alemanes como unos bárbaros capaces de destruir casas de civiles y someterlos casi a esclavitud en tierra ocupada – terrible, el oficial Von Stroheim-. Además, esconde todo un mensaje de quienes son los destructores de la familia y de un mundo de armonía y felicidad. La película tuvo una magnífica acogida del público ansioso de historias patrióticas y con unas escenas de combates inéditas hasta ese momento en la joven historia del cine. También con Eric Von Stroheim como cruel oficial prusiano, Sobre las ruinas del mundo (Allen Hollubar, 1918) nos vuelve a describir la maldad de los teutones.
Excepcional, no solo por su crítica a la guerra, resulta ¡Armas al hombro!, la conmovedora película que Charles Chaplin filma en 1918 ridiculizando aquella cruel guerra de trincheras y a los prototipos castrenses prusianos:
http://youtu.be/MYMNAYUBQ20
Pero la crítica podemos universalizarla a todos los ejércitos con ese fusil y esos pies que se niegan a hacer la instrucción. No solo el hombre, sino también la máquina parecen no haber nacido para la guerra entre semejantes. Además, esta maravillosa película no se queda ahí sino que con la inigualable maestría de uno de los directores de cine más grandes de la Historia, afloran la ternura y los mejores sentimientos humanos salpicados por hilarantes gags que han quedado para la posteridad, como el del queso “gaseoso“, o el del camuflaje en el árbol.