«El poema triunfal» (1921), del peruano Luis H. Delgado

Emilio Quintana Pareja
Estocolmo, Suecia

El peruano Luis H. Delgado (Luis Humberto Delgado Coloma, 1899-1983) sólo tenía 20 años cuando ocupó el puesto de cónsul del Perú en Le Havre (Francia), donde publicó sus primeros folletos.

Estudió la primaria en el Colegio Salesiano de Piura y la secundaria en Lima. En 1919, sus padres que eran adinerados, lo mandaron a Francia donde siguió estudios universitarios en Ruán y en París. Prestó servicios en la legación peruana de Amberes, y de ahí pasó al Havre. A lo largo de su larga vida estuvo involucrado en la falsificación de documentos históricos y terminó sus días en prisión acusado de homicidio.

Aparte de colaboraciones en revistas españolas, como “A propósito de las “Cantilenas” de V. García Calderón”, en Cosmópolis (34, 10/1921, 156-159), Luis H. Delgado publica varios folletos estando en el Havre, de los cuales voy a rescatar uno: El poema triunfal (1921):

La función consular y diplomática en el Perú y el Consulado General en el Havre: estudio

    1. [Havre: XXe. Siècle, 1921?] 35 p. 22 cm. E

El poema triunfal

    1. [Le Havre: impr. du XXe. Siècle, 1921] 26 p. 22 cm. Con retrato del autor.

Preludios (cuentos y poemas)

    [Le Havre, 1921] 179 pp.

El poema triunfal lleva pie de imprenta en París 1921, pero se imprimió en la impr. du XXe. Siècle de Le Havre. Está fechado en París, octubre 1921.

En septiembre del año siguiente aparece una nota con tonos sarcásticos en la revista belga Lumiére (“Notes critiques”, III, 12, 15 septiembre 1922), lo que indica que el joven cónsul había dejado contactos en el mundo literario belga, tras su paso por el consulado de Amberes:

Dans une lettre imprimée que l´auteur a bien voulu ajouter pour notre édification, à son livre, nous apprenons qu´il a déjà reçu les félicitations de MM. Millerand et Léon Bérard. Qu´il soit félicité de ces félicitations! Après quoi il ne nous reste plus qu´à nous incliner devant ce poème, dédié à la France et à Dieu para surcroit. Ajoutons, dans notre humilité, que le papier est très bon et qu´à en juger par le cliché, l ´auteur à l´air d´un bon jeune homme pas plus bête qu´un autre.

Estamos ante un poema de tradición arielista, dedicado a cantar la victoria de la Francia latina en la Gran Guerra. Su motivo principal es la conversación del yo poético con un veterano de las guerras de 1870 debajo del Arco del Triunfo de París, donde se encontraba desde hacía un año la tumba al soldado desconocido.

El poema está escrito en pareados consonantes, lo que que le da un tono de prosaísmo peculiar. Lo transcribo íntegro:

DEO IGNOTO
Outre le souvenir des hommes et de peuples reconnaissants, je t´offre ma pensée dans ce poème d´amour.
Pour ceux d´Amérique et ceux d´Europe et pour tous les êtres habitant l´Univers, j´elève mon rêve d´espérance suprême vers l´Humanité que tu as liberée par l´épopée de ton grand sacrifice et de ta gloire.
J´entends sonner la cloche sainte qui annonce la découverte d´un nouvel avenir. Aussi, je vois pleurer les mères et les orphelins qui viennent avec les veuves vers le temple de l´Arc triomphal.
Ce cortège funèbre qui brise les coeurs humains, qui réunit les drapeaux, les fleurs et les clairons, m´inspire et m´enthousiasme. Il me semble voir ouvrir les portes du Paradis où la victoire a placé ton âme immortelle!
L. H. D.

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Cuando yo sepa que una nación puede vivir sin pan, entonces creeré que los franceses pueden vivir sin Gloria. Napoleón.

Desconocido Dios de la Epopeya
que al mundo coronó con su estrella,
yo vengo con mi pobre musa,
cuando ya rota está la escaramuza,
y el mundo se extiende en calma
como una grande palma,
a traerte mi canto hechicero,
mi canto muy sincero,
porque es hijo humilde de la raza
que tu recuerdo eternamente abraza.
Y sin título ninguno de grandeza,
alzo reverente mi cabeza
llena de fe y de entusiasmo ardiente,
porque yo sé que en este occidente
del inmortal París del mundo,
duerme un soldado de otro mundo,
el sueño libertado de la muerte.
El sueño feliz y hermoso de la suerte
que lo tomó en el campo ensangrentado,
como a un niño sin padre, abandonado
al azar de la victoria.
Y helo aquí: con tumba y gloria!

Mucho tiempo que a tu tumba abierta
vienen los pueblos que alerta
escuchan la canción eterna de la guerra
que te arrancó la vida de la tierra.
Y como grandes capitanes
quue saben destrozar los huracanes,
depositan a tu lado
el laurel inmaculado
que extraños y amigos
bendicen, sin que los enemigos
alcen su voz al cielo con palabras profanas,
pues serán castigados como las cortesanas.

Yo, amigo de la magna Epopeya
que al mundo coronó con su estrella,
he venido en tropel victorioso
a rendir el tributo más hermoso
que posible me sea rendir en la vida,
al soldado que encarna la luz encendida
sobre negros crespones de luto,
que la fuerza infernal de aquel Bruto,
vistió de llanto, de muerte y de ruínas,
como a un Dios coronado de espinas!

Primera parte

Era una mañana gris,
de esas mañanas del célebre París.
Yo iba pensativo y solo,
revestido del eterno dolo
que nos deja la vida,
cual dolorosa herida
en nuestra pobre alma
que nunca llega a reposar en calma.

Había cruzado grandes avenidas,
hermosas calles y plazas floridas,
hasta sentirme en les Champs Elysées,
donde mi mente pletórica de fe
se dirigía lentamente,
como esas caravanas de oriente,
a preguntar al primer hombre
en el camino, el nombre
y el misterio del soldado
que duerme embanderado
bajo el soberbio Arco triunfal
del noble París, déjà inmortal!

Y héme aquí, junto a un veterano
del setenta, que combatió al germano
en dos guerras feroces,
y aún siente los goces
de haber peleado y defendido el suelo
que la guerra vistió de negro duelo.
– ¿Qué hacéis aquí, Monsieur? – le digo.
¿A quién imploráis como mendigo,
si nadie hay en la mañana, que responda
a tu pesar y tu palabra honda?

– Sí, -me dice,- venid conmigo.
Y en fúnebre silencio, yo le sigo.
– Aquí reposa un soldado de Francia
que luchó con indómita constancia
en la guerra más grande que se ha visto
después de nuestro padre Jesucristo.
No tiene nombre, ni se sabe lo que fue en vida.
Entre todos los muertos de la patria querida,
él simboliza el amor de los franceses
que, con belgas, italianos e ingleses
y el socorro leal americano,
dieron el triunfo al Ideal humano.
Aquí a la tumba inmaculada y fría,
llegan los hombres llenos de alegría
a entonar la canción salvadora:
!salve, salve a la Patria, Señora!
Aquí los más humildes labradores
se hablan con sus amos y señores.
Los padres, los huérfanos y viudas
se entregan a él y a Dios, lejos de Judas.
Los grandes Mariscales de la Francia,
tributo rinden con mayor constancia.
Los presidentes de todas las naciones
hacen palpitar sus corazones.
Generales, sargentos y soldados,
se sienten ante esta tumba, libertados.
Y todo lo que es humano y es gloria,
se vuelve en este sitio una victoria
de flores, tambores y cornetas,
donde esclavos, enfermos y coquetas
entonan himnos santos,
al son de las fanfarias (sic) y los cantos
que dieron el triunfo de la guerra
a todos los pueblos de la tierra!

– Y bien, mi veterano: ¿de quién son esas flores,
y esas medallas de oro con grandes resplandores;
y esos quemados bronces que engalanan
el sepulcro bendito en que se hermanan
todas las primaveras,
como un gran ramillete de banderas?

– Son de todos; de Reyes y de obreros.
Cuando aquí vienen se quitan los sombreros,
y con la mano al pecho y la mirada al cielo,
piden al dios del suelo,
un milagro de paz en el futuro,
que pague su martirio duro.
Y a la vez dejan una ofrenda
que no es un recuerdo ni una prenda.
Es el óbolo sagrado
que le trae el Mundo libertado!

– Ah! mi veterano: ¿es él quién libertó al Mundo?
– Sí, la Humanidad le dio su amor profundo,
y con tal garantía luchó en Verdún, venció en la Marne.
Se olvidó que era hombre e inmoló su carne
en la trinchera; su ideal estaba hecho:
vencer o morir, escrito al pecho
llevaba durante cuatro años de carrera,
sin que su voz de victoria enmudeciera.
Y al fin y al cabo, la muralla enemiga
se partió lo mismo que una viga,
y el Imperio Alemán hecho mil trizas,
resucitó a la Francia hecha cenizas!

Loor cantaron los aliados,
y uno de esos soldados
que a tanto pelear en las batallas
y haberlas ganado en las murallas;
se ofreció en holocausto a la muerte,
porque más grande que su vida era la suerte
de la posteridad por quien luchaba;
está aquí, traído por quienes él peleaba;
coronado de laureles y de glorias
inmortales como todas sus victorias!

Segunda parte

El cielo se había despejado,
y el gran veterano emocionado
fijaba sus ojos en el Arco
triunfal, que como a Marco
Aurelio, elevaron los romanos
cuando el triunfo derrotó a los marcomanos.

– Este es el Arco, la histórica reliquia,
que igual que una campana que repica
en las horas de dolor o de fiesta,
guarda la roja cresta
del poilu francés, que mientras vive
lucha y con la sangre escribe
la epopeya de su vida gloriosa,
perla de Europa más preciosa.

Por él desfilaron en revista
los ejércitos más grandes, a la vista
de Reyes y Jefes de Estado
que arengaban desde su estrado
a los capitanes vencedores
sobre todos los Emperadores.

Napoleón el Grande no le dio más gloria
que la escrita ahora en la nueva historia.
La espada más rica del viejo Toledo
como en Zaragoza brilló con su credo.
No fue el sol de César, color de diamante,
ni del real Cervantes, y el divino Dante,
quienes empañaron este Arco de los Andes,
con un sol más rojo que del mismo Flandes!

No fueron los soldados de ningún Imperio,
ni los mismos indios en su cautiverio;
ni los legionarios y libertadores
de la noble América de los ruiseñores,
los que superaron el Arco triunfal
de este gran París inmortal!

Todos aquí vienen como peregrinos,
remontando mares, rompiendo caminos,
a admirar el Arco que no existe en Roma,
en Grecia ni España, cuyo sol se asoma
como una pirámide de gloria,
donde todos tienen parte en la Victoria!

Y este amor humano que le ha dado el Mundo,
no se enferma nunca, ni está moribundo.
La Francia pelea, gana o decrece,
y el amor a Francia nunca se envejece!

Tercera parte

El pobre viejo cerró sus labios y levantó la mano
acordándose que era un veterano.
Lo vi pasar estoico y pensativo,
con su pipa en la boca como un padre cautivo.
Iba meditabundo y solitario
por las calles del pueblo centenario.
Llegó a los bordes del caudaloso Sena
y se sentó a llorar como un alma en pena.
A ratos miraba la cúpula dorada
donde el Rey de Austerlitz ocupa su morada.
De figura sabia para los poetas,
parecía reunir a todos los Gambettas
de la Francia, que con el grito
del bravo Victor Hugo, se alzó al infinito.
Digno cuadro de Virgilio y de Lucrecio,
cuyas estrofas jamás tuvieron precio.
Ah!, figura veterana de mil escenas,
que supiste romper dos mil cadenas.
Que te alzaste con gran naturaleza,
como el verbo de Homero en su cabeza,
y en los himnos de Rostand te incrustaste,
cual la Patria que tú liberaste!

La pipa se apagó, y el viejo soldado conmovido,
había por Dios, ya sucumbido.
Me acerqué a él: estaba frío.
Su tumba me parecía ser el río.
Su voz no se alzaba con enseña:
estaba muerta como la negra peña.
Busqué en sus bolsillos algún recuerdo amado
de aquel que en el Arco coronado
me diera una lección de Historia.
Hijo predilecto de la Gloria,
nada podía darme, nada tenía:
los héroes anónimos solo dan alegría!

Yo, que estaba triste, me llené de contento.
Tomé la negra pipa, recuerdo y sentimiento,
y fui a perderme en el París del mundo,
con mi humilde tesoro guardado muy profundo.

Nada sé desde entonces,
y cuando siento repicar los bronces
corro a pedir al cielo
el eterno descanso de mi abuelo:
!Salve, salve a mi Raza
que a la América y a la Europa abraza!
!Salve, salve en buena hora,
a la Raza Latina, señora!

PARIS, Octubre, 1921.

2 comentarios en “«El poema triunfal» (1921), del peruano Luis H. Delgado

  1. Demetrio Macedo

    Es probable que el poema publicado haya sido plagiado por Luis Humberto Delgado Coloma. El personaje lamentablemente estuvo involucrado en la falsificación de documentos históricos y terminó sus días en prisión acusado de homicidio.

    Responder

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