Emilio Quintana
Estocolmo, Suecia
Reseña | Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi: César Vallejo. Textos recobrados (Lima, Editorial Universitaria, 2009).
Recibimos en Hallali este libro de Carlos Fernández (Santiago de Compostela, 1981) y Valentino Gianucci (Lima, 1976), que pretende arrojar luz sobre la vida y la obra de César Vallejo desde la perspectiva documental para proponer una nueva relación con lo que tradicionalmente se ha considerado como «testimonios». La obra presenta y reproduce facsimilarmente varios textos hasta ahora desconocidos o poco difundidos de Vallejo que han sido rescatados tras una intensa investigación de archivo, aún en curso.
De los «textos rescatados» por los autores reproducimos aquí una crónica poco conocida escrita por Vallejo en París para la revista Claridad de Santiago de Chile (nr. 119, 22 diciembre 1923, p. 7). Esta crónica nos recuerda inmediatamente la famosa escena final de J´accuse (Abel Gance, 1919). Sobre ella comentan los dos investigadores:
«Al dar una visión más oscura del París de posguerra, «Los mutilados» contrasta con los artículos que por esa fecha Vallejo publicaba sobre la vida parisina en el diario trujillano El Norte, tales como «En Montmartre», «La Rotonda» y «La firma del recuerdo». Además, Vallejo en este texto trata, desde una perspectiva menos metafísica, el tema de la mutilación, que también está presente en su poesma en prosa «Existe un mutilado…».
«Caminan por las calles de París, cruentos y numerosos, los mutilados. Ya es el padre sin brazos, el hermano con muslo de madera, o el hijo que, al hablar con la madre viejecita, para oirla (sic) tiene que inclinarse aún más que ella; o el esposo que, a su vuelta de las trincheras, una mañana luminosa, al abrazar a la esposa, ya no tuvo más ojos para verla, sino los del recuerdo… Caminan ellos movidos por los mismos humanos devaneos que los demás; pero yo no he visto nunca una sombra más densa e insegura, que la que ellos arrojan sobre el suelo.
Los mutilados van de una avenida a una plaza, de una esquina a un andén, y un halo sangriento les rodea siempre. Talvez (sic) aún hay a sus plantas un poco del aceite de los vastos cementerios, que les imprime el quebrado vaivén de seres que resbalan y resbalan y nunca se incorporan del todo. Sus arzmazones truncos, sus armonías carcomidas parecen mendigar algo, y están a semejanza de tallos, hendidos por los sacudimientos del terreno. Y los demás les miran con la misma indiferencia que a os otros invál idos de cuna, y los ven vagar como cosa tan natural, que no se detiene nadie en su camino. Se ha olvidado ya, talvez (sic), la causa de esas mutilaciones. Los mismos mutilados acaso, también han olvidado el obús fulminante o el gas devorador de los perdidos órganos. Y todavía más: acaso ellos se han olvidado hasta de su forma integral de antes. Las preocupaciones del minuto, a veces pueden mucho.
Mas yo he visto a los niños contemplar largamente a los inválidos. Y he visto una cosa más oscura todavía. En un vagón urbano, una madre que viajaba sentada, con un niño en los brazos, al ingresar un inválido, apoyado en dos zancos, se puso de pie y le cedió el asiento. El niño entonces miró al mutilado de cabeza a pies, y, presa de extraña agitación, se puso a sollozar. El héroe desplegó luego un número de «Le Matin» y empezó a leer mentalmente, reclinado en la banca: «La resistencia pasiva en el Ruhr… Alemania retarda maliciosamente el pago de las reparaciones…».
El tren siguió su marcha, y el llanto de aquel hijo resonaba y crecía entre la jauría de los aceros negros que rodaban.
Y he visto también en otra ocasión caer sobre el lomo de un perro, que conducía una dama inglesa, desde un andamio elevado, un trozo de mármol. El can enfurecido, volvió y se lanzó sobre un mozo que se abrigaba al sol de la mañana, sentado bajo un árbol del boulevar; el animal hincó los colmillos en una manga vacante del hombre, y al mirar a lo largo de ella para adentro, metió el rabo entre las piernas y se alejó lanzando un aullido espantoso e interminable. Una mujer, bella y joven, que pasaba por allí, miró al manco un momento, y él, al advertirlo, hizo una mueca horrible de pudor.
Así van los mutilados por las calles de París. Y yo no he visto nunca una sombra más densa e insegura, que la que allos arrojan sobre el suelo».
Excelente poema y el viernes 9 de junio lo recitare en Poesía en el parque, en el Anfiteatro Chabuca Granda de Miraflores a partir de las 7.30 p.m.
Cesar Vallejo en Paris escribe este poema que pertenece al poemario Poemas en prosa y ahi nos sobregoge con su texto poético la tremenda tragedia que fue la Primera Guerra Mundial,donde los combatientes se cogian cuerpo a cuerpo y se destrozaban el rostro, el tronco las extremidades superiores e inferiores, quedando mutilados para siempre. Es de un dramatismo tal que deberiamos ya haber dominado ese afan de destruirnos mutuamente con estas prácticas tan aberrantes, basta leer los diarios o ver las imágenes de los noticieros en cualquier lugar del mundo para prender luz ambar y reflexionar sobre tan aciago y cruel demostracion de la fiereza que por desgracia todavia esta localizada en el cerebro humano. El dialogo,la buena voluntad y la benevolencia hacia el otro podria mejorar las relaciones humanas tan deterioradas.